Los orígenes de Guayaquil: El suburbio y sus tradiciones.

 

En redes sociales he podido apreciar muchas cosas, y entre tantas, es la capacidad de emitir criterios sobre tópicos desconocidos por muchos y que generalmente lo escuchan de terceros. En este caso, el mes de octubre que está en curso, ofrece a todos los pobladores de la ciudad de Guayaquil, mi ciudad, el que disfruten de todas las tradiciones existentes y que son parte de la cultura del primer puerto del país. 

Sin embargo, hoy escribo sobre uno de los sectores íconos de la ciudad y que por ser tal, también ha recibido muchos despectivos y sus habitantes las terribles humillaciones o marginaciones que una persona pudiera aceptar sólo por decir que habita ahí. Para los que saben a lo que me refiero, es el Suburbio de Guayaquil. 

Sin temor a equivocarme, puedo indicar que no podría decirse que no existe ningún guayaquileño de cepa que no haya conocido alguien de ese sector, o que no tenga un familiar que haya vivido en esta zona que es parte de los orígenes de Guayaquil. 

Ahora, ¿ porqué menciono esto?. Muy obvio, porque la ciudad creció desde  ahí. De este sector salieron los verdaderos guayaquileños, aquellos que eran parte de la clase media, no media bajo o baja como se considera en la  época actual. Hubo un tiempo según mis abuelos que la ciudad era muy próspera y que de este sector era la clase trabajadora en contraste con la clase media-alta que vivía en el centro o los barrios céntricos mas pegados al río Guayas. 

En este sector, que fue la cuna de muchas personas que con esfuerzo, dedicación y mucho empeño, pudieron superarse, ya sea emprendiendo diversos tipos de negocios, o alcanzando la cúspide intelectual por sus esmeros en los estudios, que hicieron que sus vidas tomen otros rumbos ya sea en el extranjero o en el país. Este barrio, como yo lo llamo, también fue la cuna de las innumerables tradiciones de antaño, así como también de muchas  actividades típicas de un guayaquileño, los cuales se han extendido a otros sectores como el sur de la ciudad y ciertas partes populares y tradicionales del norte de la ciudad.  Al mencionar sobre estas actividades, me refiero a juegos tradicionales y tradiciones para celebrar las fiestas julianas u octubrinas, o reuniones familiares por fechas especiales como cumpleaños, bautizos y hasta funerales. 



También en este sector, y hasta la presente fecha siguen  ahí, se encuentran los principales lugares para degustar los más tradicionales platos de comida guayaquileña, y los cuales fueron y son tradición comer un fin de semana, ya sea para variar los desayunos típicos de leche con café y pan, o por evitar que la mujer dueña del hogar tenga que realizar su misma actividad el día de descanso que es considerado el domingo. 

Nunca olvido mis recuerdos de niño, cuando mi familia me llevaba a visitar a mis tíos que vivían en este sector, y al llegar en las calles principales como era la calle Gómez Rendón, la 17, Venezuela, podía ver especialmente un fin de semana, como se realizaban los juegos barriales de indor, donde era muy común cerrar una calle con pedazos de caña de una construcción, donde los arcos de fútbol  generalmente eran un par de piedras los cuales eran colocados milimétricamente por un jugador con  una vasta experiencia en este deporte y  de quienes realizaban el deporte en media calle, donde sólo el partido era interrumpido cuando pasaba una camioneta con balde a interrumpir las mejores jugadas dignas de una final de una copa del mundo. Mis recuerdos también era jugar en las aceras de las calles, con los pocos amigos de mi niñez con  canecas, donde las apuestas infantiles eran las mismas canicas multicolores las cuales eran valiosas por su brillo más que por su uso. 

Cada pequeña o gran calle del suburbio de Guayaquil que para cuando era pequeño y que según mis padres y abuelos no había cambiado desde mediados del siglo XX, tenía su propia tradición, sus características, así como también sus personajes emblemáticos: quien todo averigua, la tienda de la esquina, aquellos que les gusta fumar y no necesariamente tabaco, los típicos jugadores, los que tomaban celebrando los goles del partido y los que lo hacían todos los fines de semana, así como también otras personas características como la chica bonita del barrio y su mamá solterona, que atraía a todos aquellos chicos de la misma cuadra u de otras cercanas por su belleza. 



Un fin de semana, era tradicional ver un viernes aquellos hombres ya maduros que al son de un pasillo de Julio Jaramillo, contaban historias sucedidas y otras que  no habían ocurrido, o que trataban de solucionar el mundo entero con un licor que no alcanzaba un valor exorbitante, donde un puro mezclado o unas cuantas cervezas eran suficiente para estrechar innumerables lazos de amistad, los cuales persisten aún en las tumbas. Un sábado, el ya mencionado partido de futbol, que algunas veces terminaba en una pequeña riña juvenil, demostraba la más  preciada confraternidad entre los ganadores y vencedores, en medio de la típica música puesta por algún generoso vecino que tenía un equipo de sonido moderno con un parlante de tal potencia, que alegraba la tarde con la música de moda, que era disfrutada por los vecinos, que por efectos del calor típico de la ciudad, situada en medio de manglares, hacía que era más ameno disfrutar del ambiente con sillas en las aceras, viendo sus niños jugar al pie de las calles, o aplaudiendo las mejores jugadas del partido en curso. 



Las amanecidas en una esquina, con una radio con cassette que las nuevas generaciones no conocen, era prácticamente un hecho, donde al pie de un poste o una columna se debatían los nuevos pasos de baile o historia de amores incomprendidos. 

Todo el suburbio desde sus inicios eran casas de construcción mixta, con unos cimientos de mangle, o sus estructuras del mismo material, ya que tenía la propiedad de ser una madera que por venir del mismo manglar, no se podría, corroía o se apolillaba, peor aún por su maciza consistencia y su extraordinario peso aguantaba lo que sea. Muchos temblores habían sacudido este sector,  así como innumerables lluvias, llamadas "aguceros" que daba un toque y ritmo a las casas cubierta con planchas de zinc, donde tratar de dormir  era una hazaña. 

Mis recuerdos de mi infancia y mi adolescencia, situaban a este sector no como pobre ni marginal, como muchos han llamado, sino de gente trabajadora, pero que sin embargo priorizaba la diversión, frente al estudio, o que simplemente por rasgos culturales tenían un grupo familiar muy grande más allá de su matrimonio legalmente constituido. Este sector de lo que recuerdo y hasta donde se encuentra limitado, era rodeado de tupidos manglares, los cuales fueron poco a poco talados para construir más casas de construcción mixta, o para dar cabida a pequeños asentamientos ilegales, hoy legalizados, en los cuales se encuentran hasta la fecha, casas tan grandes que abarcan grandes grupos familiares y varias de sus generaciones. 

Sin embargo, el Suburbio quiso ser grande, tratando de expandirse, pero como un mandato del destino y la Divinidad, prefirió mantenerlo seguro en medio de los varios esteros que rodean la ciudad, donde los rellenos hidráulicos con arena del río Guayas, así como también traficantes de tierra, no pudieron invadir más al manglar el cual les puso de límite los esteros, muchos de los cuales navegables a pequeñas embarcaciones que alimentaban a sus poblaciones con cangrejo fresco que venía de los manglares del golfo de Guayaquil o de camarón extraído de las crecientes camaroneras, o de las cercanías de la Isla Puná. 



Todas las personas conocidas en su sector, tenían y tienen su léxico característico, el cual da al guayaquileño de todas las clases sociales, un  variado diccionario  para referirse a varias actividades realizadas en la ciudad. El caminar con sabor y ritmo era y es común hasta el día de hoy, y siempre que regreso o paso por este sector, la mezcla de sonidos, sabores, y escenas me recuerdan parte del Guayaquil que ahora es la cuna de personas que no son de la ciudad y que la han hecho una zona albergue de delincuencia, bandas criminales internacionales, o de extranjeros que huían de la guerrilla y de la pobreza, trayendo consigo sus problemas a esta parte de la ciudad muy tranquila donde la amistad y la tradición aún persisten. 

El mes de julio y octubre eran la tradición el campeonato de indor, el palo encebado, la fiesta con amanecida y la pelea conyugal producto de exceso de  cerveza, y que terminaba en un domingo, donde la limpieza al mediodía , o el desayuno y almuerzo era un ceviche o encebollado, preparado con esmero y orgullo para quienes mantienen la creencia que es el mejor plato para recuperar fuerzas para el trabajo del lunes, o ser el mejor amante en su hogar. Creo que es esta parte de la ciudad, una persona con una buena conversación, además de contar con buenos pasos de baile, puede forjar una amistad temporal, que termina con una invitación a comer en alguna casa cercana, o adquirir el título de compadre o comadre de algún vecino próximo a bautizar a su hijo.

Gracias a todos quienes habitaron y habitan este sector  por ser grande, gracias a esta parte olvidada poco a poco por muchos, pero que como he mencionado fue la cuna de casi todos los guayaquileños que hoy habitan ciudadelas al norte, centro, centro-sur y ciudadelas privadas del norte. 

Con pena menciono a personas que crecieron aquí y se olvidaron de sus orígenes, y hablan despectivamente del sector donde crecieron y aprendieron a ser grandes y sencillos, madera de guerrero, valientes, orgullosos, defensores de sus creencias, y donde aprendieron aquí su verdadera humildad, pero donde también agradezco que ahora que están lejos puedan llevar sus recuerdos a lugares tan distantes de la patria, que no hay otra igual en el mundo, y que más de una vez en mis viajes al encontrarme con personas nativas de este sector, hablan con una voz entrecortada de aquellos recuerdos que marcan a nuestra ciudad como el punto neurálgico del comercio, la comida y la alegría de la costa ecuatoriana, que se viste de gala en estas fiestas y que termina el año siendo visitada por la creación de monigotes gigantes, fruto de la cooperación barrial de quienes hacen de este sector popular un orgullo de su ciudad. 

Comentarios