El gran ejemplo de vida de mis cadetes. Historia de motivación personal.

Esta es mi historia. Dedicada a todos quienes son docentes. 

La mayor satisfacción de un docente es ver cómo crecen sus alumnos. 



En el año 2011, por mi preparación profesional tuve la oportunidad de ser Director de una Escuela de la Armada, la cual históricamente fue creada con el fin de dar un servicio social, debido a que en la ciudad de donde soy, Guayaquil en Ecuador, hablar de  la Armada del Ecuador, es sinónimo de hablar de la ciudad, puesto que ambos se desarrollaron a la par, siendo la misma parte de la cultura tradicional, debido a que ser marino era considerado una parte de la naturaleza del guayaquileño, siendo su vocación y la del Ecuador el mar. 

El ser parte de esta experiencia, me llevó a sentir desde muy temprana edad, a mis 32 años, el estar al mando de una Escuela de 575 cadetes, de los cuales no sólo eran ellos, sino el convivir con toda una comunidad educativa muy exigente, debido a que como se indicó la Armada era parte del diario convivir de los guayaquileños. 


Sin embargo, mi puesto estuvo lleno de muchas dificultades, de las cuales muchas no quiero recordar por el amargo momento que crearon en mí, tanto emocionalmente, como administrativamente, así como las secuelas en mi carrera naval, además de la parte financiera, donde sentí el abandono total de quienes debían protegerme, dándome cuenta al final que sólo se protegían ellos mismos. 


Pese a todas estas vicisitudes, pude terminar mi año, de los cuales guardo un lindo y a su vez amargo recuerdo de mis cadetes de séptimo año, los cuales para ese año de mi administración estaban por concluir sus estudios primarios. 

Cuando por los múltiples problemas que hubo en el año 2011, en que empezó el proceso de entrega de los colegios militares al Estado Ecuatoriano (y que posteriormente los devolvieron porque no podían mantenerlos), determinaron que debía yo terminar mi período y luego cumplir el pase (traslado) a otra ciudad, hecho que lo consideré hasta cierto punto injusto, y que  hizo que no pudiera despedirme de ellos. Todo esto lo escribiré en un futuro en mi libro que será llevado al cine. 

 Tal vez, para un militar y más que todo para un marino de guerra, las recompensas no son monetarias, ni mucho menos en público, sino que nos conformamos con esas pequeñas cosas de la vida, como un gracias o un pequeño reconocimiento frente a los subordinados, hecho que llena más que cualquier otra cosa en el mundo. En ciertas ocasiones, si corresponden a medallas, que es el más alto honor que puede tener un militar durante su servicio, pero en el caso del Ecuador no todas corresponden a actos rutinarios, sino más bien muy especiales. Sin embargo, mi recompensa era ir a su ceremonia militar de graduación, verlos a muchos tal vez por última vez en mi vida y la de ellos, uniformados con su galante uniforme blanco. Pero eso no sucedió. Tampoco en los días previos a la graduación, nadie se acordó de mí. Ni un padre de familia,  menos algún cadete que para ese tiempo tenían apenas once años. 


En el momento de recibir la orden de abandonar la Escuela, pensaba en eso, al coger mis cosas, no podía levantar la mirada y ver el aula donde estuvieron y nunca más lo estarían. Sin embargo, ya en mi nuevo pase, en mi red social de Facebook, pude ver las fotos de la graduación, acto que me correspondía sólo a mí, sin embargo mi sucesor no sólo se encargaría de eso, sino que al largo de su gestión hacer cuentas y llevar glorias de lo que yo había sostenido en medio de una tan dura batalla que viví. 

Con el pasar de los años hasta la presente fecha (nueve años), los que eran o fueron mis cadetes, los cuales a casi todos los tengo en mis redes sociales, fueron creciendo. Muchos cambiaron, no sólo en su fisonomía, algo que no se puede detener, sino también en su forma de pensar. El mundo cambiante que vivimos, rodeado de tecnología, los hizo que formen su carácter, definan sus afinidades, gustos y que a tan temprana edad puedan marcar su destino. 


Al tenerlos a casi todos en redes sociales, también con amargura pude ver que no quedaba vestigio alguno de los niños casi adolescentes que conocí. Ya ni se acordaban de mí, más de una vez estuve al lado de ellos y ni siquiera saludaban. Incluso muchos ya no los ví más en mis redes... simplemente todo había acabado, ya no era parte de sus vidas. 

Con el tiempo al sacarme de sus vidas, o mejor dicho de sus recuerdos, fugazmente pude ver momentos de cómo iban creciendo, sus fiestas, sus olimpiadas, sus celebraciones por sus quince años, sus logros deportivos, así como también su graduación de colegio. 

Otra vez más me sentí abrumado, pero ya no como antes. Ya no era parte de su vida, nunca lo fui, estaba totalmente olvidado. 

Me acordaba el sentimiento que los unía y une a todos los que han sido parte de las Unidades Educativas Navales, es un sentimiento eterno, sublime, casi o bien parecido al ser militar. Sin embargo, ahora me daba cuenta que todo lo que hice o les inculqué no había tenido sentido. 

El verlos crecer en redes sociales, hacía que mi mente revalorice lo que es ser DOCENTE, nuestra misión sagrada, sublime, aquella que QUIENES HEMOS SIDO PREPARADOS PARA SER DOCENTES POR VOCACIÓN SÓLO SENTIMOS, no aquellos QUE LO HACEN POR DINERO...

La docencia y el dinero no van de la mano...

Ahora con el pasar de los años, sentía que debía seguir adelante y ejercer la docencia como lo he hecho hasta ahora. Sin embargo el recuerdo de mis cadetes aún perduraba... con amargura, tristeza, y también con lágrimas. 

Un día de aquellos que pasan inexorables, y  que hacen que el tiempo sea único, en el que mi mente no divagaba en recuerdos, me topé con una señora ex madre de familia de aquellos días del 2011, y que al acercarme y saludarme efusivamente cambiaría con sus palabras, mi sentido de vida. 

Luego de una amena conversación con un sol radiante del mes de matrículas en el año 2019, me supo indicar la vida de todos los cadetes, donde estaban, que hacían y cuales eran sus destinos. Luego de casi una hora de una conversación donde no importaban los mosquitos y el sol canicular de la estación invernal en la ciudad de Guayaquil, pude visualizar donde estaban ellos, lo más interesante fue lo que me dijo al último. 

Cuando luego de intercambiar ideas al final, puesto que empezaba a enojarme de la tristeza al contarme de la graduaciones de ellos, cuando lo que más quería era no oír más lo que decía, pude sacar de mi mente, todo ese sentimiento de abandono sufrido, diciéndole a esta madre de familia sólo estas simples palabras: "ELLOS ME OLVIDARON". 

Seguido de un silencio de unos segundos, eternos entre ambos, la respuesta hizo que volteara cuando me estaba yendo para ver el rostro de esa madre de familia. 

"MI CAPITÁN NUNCA SE OLVIDARON DE USTED". Al oír esto, lo cual puedo percibir cuando alguien me miente, supe que tenía algo de razón. Me indicó que siempre que su hijo se reunía se acordaban lo que hicieron conmigo, o mejor dicho todo lo que habían vivido conmigo. Siempre ayudados por redes sociales y la gran cambiante tecnología existente, sacaban todas las fotos de aquel año 2011, siendo el protagonista mi persona. 


No puedo describir la sensación al oír estas palabras, pero al terminar la conversación, y salir de ese sol canicular hacia una sombra de la base naval donde me encontraba, no pude contener las lágrimas, sentía que la vida me había devuelto aquel mérito escondido que sólo un militar conoce, a su vez me sentía tan justificado, que sentía que el uniforme blanco que llevaba cobraba sentido otra vez. 

Las palabras que más me dejaron en suspenso, fue aquellas en que mencionaron que nunca se olvidaron de usted. 

¿Pero cómo saber eso? ¿Cómo comprobar eso?

Había una respuesta. LAS REDES SOCIALES. 

Al llegar a casa, y con el tiempo que la madrugada le ofrece a un docente para realizar su trabajo, pude ver mi cuenta en Facebook donde tenía a todos esos cadetes agregados, donde lo que aquella madre de familia me dijo era verdad. Siempre ponían fotos de aquel año 2011 y todos comentaban con sus palabras aquellos recuerdos de infancia. 

Hoy, año 2020, ya tienen 20 años, algunos supongo  ya con hijos, una fue Nereida de la Escuela Superior Naval, otros son estudiantes para ser Oficiales, otros Tripulantes, y muchos cursan estudios en las mejores universidades del país. 

Su infancia marcada por la Armada, en realidad fue su infancia marcada en mi vida. 

La mayor satisfacción de un docente es ver crecer a sus alumnos, no sólo en cuerpo, sino en alma, espíritu, voluntad, metas y amor. 

Gracias a todos por leer esta historia. Si eres docente nunca declines, la vida te dará tu recompensa. 


Su amigo Víctor. 


Comentarios

  1. Excelente anécdota, son momentos del recuerdo que están siempre en la memoria de las situaciones vividas con los alumnos, compartir y vivir al igual que usted mi apreciado amigo ese tipo de emociones hacen que uno siga en con la convicción de seguir adelante y hacer lo que a uno más le gusta como es la docenci. Felicitaciones siga avante hay mucho mas por hacer

    ResponderBorrar

Publicar un comentario