Anécdotas de mis abuelos sobre la Armada del Ecuador de antaño.

Soy guayaquileño de corazón. Mis padres quienes han vivido toda su vida aquí, tuvieron su ascendencia también radicada en Guayaquil. Para quienes son de otro país, mi ciudad se encuentra al pie del río Guayas, y en la época colonial, fue un importante puerto y centro cultural, militar y político del Ecuador, tanto así que los libertadores Bolívar y San Martín se reunieron para decidir el destino de este importante puerto por la vía pacífica, o en su defecto por la fuerza. 



Por estar al pie de un majestuoso río, así como de estar rodeado de una gran vegetación, fue famoso por sus Astilleros Reales, herencia que la Armada del Ecuador en su debido momento también adoptó al tener el más grande y renombrado Astillero del Ecuador. 

Pero el escribir este pequeño blog, me recuerda el porqué ingresé a la Armada. Hablar de Guayaquil es hablar de la Armada del Ecuador, hablar de la Armada del Ecuador, es hablar de Guayaquil. ¿Porqué? La respuesta es muy sencilla. Ambas se desarrollaron juntas, crecieron juntas, pelearon juntas contra diversos enemigos  y han sobrevivido juntas. La historia de la ciudad, ha sido forjada con la historia de la Marina, y ésta ha sido su fiel protectora. 



En mi familia, la cual la considero muy tradicional, nacida y que ha crecido en los barrios populares de Guayaquil, ha visto y vio como la Armada del Ecuador era el símbolo de la ciudad, y que como una institución noble y respetable, todas las personas miraban al marino ecuatoriano como un símbolo de respeto y autoridad, situación que hasta hoy se conserva.

Ser guayaquileño y ser de la Armada , era un honor. No cualquiera podía serlo, y el que lo era, hacía que su familia se llenara de orgullo. 

Mi tío por parte de padre, era marino pero mercante. En una familia tradicional, era y sigue siendo un orgullo, más aún cuando las sabias canas lo llenan de prosa y sabiduría en su caminar. 

Sin embargo, faltaba otro más. Alguien que superara al primero, al ser en cambio un marino de guerra. Este lugar lo ocuparía yo, y para orgullo de toda mi familia, cada vez que iba uniformado a las reuniones familiares, era un orgullo el que me vean con mi blanco uniforme, inmaculado como tal, siendo el orgullo también del barrio tradicional donde crecí, puesto que hacían como suya la gloria de la familia. 

Pero dejando al lado mi vida personal, la Armada junto con su gemela Guayaquil, tenían una estampa porteña que es el motivo de este corto relato. Lo que les diré,  es lo que mis abuelos me contaban, y ha sido recogido por mi tío, así como corroborado por muchos grandes vecinos,  ya hoy  muy ancianos, pero que vienen a mi mente los recuerdos claros de  sus relatos de barrio. 



Lo que hoy es el Malecón 2000, era el principal muelle para zona de carga y descarga de productos que venían a Guayaquil, tanto del mismo continente como de las Islas Galápagos. Si bien no era un lugar turístico en su totalidad, era parte de la cultura popular. No con esto me decían que el Malecón perdía su glamour, sino que era un lugar de trabajo y que movía la economía del país y de la ciudad. He aquí donde encaja la imagen del marino ecuatoriano, sea mercante o de guerra. Esa figura de blanco o de color kaky era característica en esta zona y para un Guayaquil que en la década del 50´, 60´o 70´, no iba más allá de la calle Portete al sur, y al norte cuyos límites era el Aeropuerto, y que al Oeste su tradicional suburbio y barrio Garay, estas figuras eran el orgullo y la valentía de toda la ciudad. 

Estas míticas figuras con sus galantes uniformes, era el espectáculo que hacía que la calle Nueve de Octubre, y lo que hoy es la calle Boyacá, Colón, los parques Seminario, Centenario, España,  eran los  lugares tradicionales para que los gallardos marinos estuvieran pasando su tiempo libre antes de ir a su hogar, lugar que era también sitios de esparcimiento para hacer vida social, en una época donde caminar por las calles de Guayaquil era un pasatiempo de  grandes y chicos, más aún donde según mis abuelos iban todas las chicas a tratar de conocer a un marino. 

Pero más que los marinos mercantes que salían de tarde del flamante Malecón, o mejor dicho de sus buques mercantes que siempre zarpan de madrugada o en cualquier hora del día, era ver el espectáculo del caminar del marino de guerra ecuatoriano, ya que los muelles de las Guardacostas con sus unidades quedaban en el Malecón, y aparte los buques de guerra de esa época, destructores donados por los Estados Unidos luego de la Segunda Guerra Mundial, por su tamaño eran fondeados en la mitad del río o en aquellas partes donde la profundidad les permitía. 

La historias que cuentan mis abuelos al ver como llegaban las lanchas de esos destructores con los marinos para salir francos, hacía que pareciera una escena de película; verlos desembarcar, conversar, caminar por las calles de un aseado Guayaquil, ir a los parques, bares, comedores, cantinas, hacía que la ciudad tuviera ganado su puesto en la historia del Ecuador. 

Ver un atardecer en el río Guayas, contaba mi abuela,  hacía que sea un lugar de esparcimiento y espectáculo visual  el ver los buques descargando sus mercancías, así como ver los buques de guerra en la mitad del río, donde imagino que su color gris debió relucir con los rayos de sol que se ocultaban en el Oeste y golpeaban sus cubiertas. Quienes hemos sido marinos de guerra, podremos describir esa sensación. 

El Guayaquil de antaño, y sus buques, así como sus gallardos marinos, hacia que sea una estampa porteña ver el caminar una pareja, donde la chica orgullosa de su enamorado uniformado sea una conquista soñada por sus padres y amigos. 



El que llegue a casa un marino, o que sea parte de su familia, era un honor, un orgullo, el ser parte de su ciudad, de su estirpe, del legado que dejaba la institución para la sociedad. 

En una ciudad donde el agua rodeaba sus límites, el río Guayas al Este, el Estero Salado y todos sus brazos de mar al Oeste, al sur un tupido manglar y al norte sus haciendas que rodeaban al aeropuerto, así como un sinnúmero de cerros que mis abuelos contaban que fueron arrasados por tener arcilla y cascajo para la construcción de una ciudad que se expandía con los rellenos que fueron matando poco el manglar, y una creciente expansión al norte de la ciudad, la cual fue por excelencia el sitio ideal de construcción, y no el sur que era rodeado por un tupido e inaccesible manglar, hacían que esa agua diera  la gran característica de ser el puerto principal del Ecuador, imagen que era apreciada desde el cerro de  El Carmen y Santa Ana. 

Este es el legado de la Armada del Ecuador a Guayaquil, una historia contada por mis abuelos, los cuales no están conmigo, pero que tuvieron el lujo de ver a su nieto uniformado, tal y como ellos quisieron. 

Mi despedida hacia ellos fue con mi uniforme, el famoso Blanco Alfa, para que ellos se sintieran orgullosos de su nieto. Cada uno de mis familiares desaparecidos fue honrado con este mismo uniforme, como parte de su satisfacción de viajar al infinito sabiendo que fueron velados con un uniforme que se usa para grandes ocasiones. 

Cuando era guardiamarina, y hasta ahora de Oficial que no poseo carro, me ha gustado caminar por el centro de Guayaquil, y por el Malecón 2000, mis mejores recuerdos fueron  en el año 2002 cuando era recién graduado. Ahora con más insignias y rangos sobre mis hombros, me siento más orgulloso de hacerlo. 

Ya conocen el motivo. 



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