Esta historia feliz, en realidad empieza con una noticia triste.
El día de ayer 16 de mayo recibí el oficio en que prácticamente mi carrera naval terminaría el 20 de diciembre de 2024. Mil sentimientos pasaron por mi mente, felicidad, enojo, tristeza y regocijo.
Al conversar con mis hijos y mi esposa sobre esto, tomaron de la mejor manera las cosas, no con tristeza porque a la larga pasaré más tiempo con ellos y volveré a tener una vida. Al referirme a vida, menciono a esa tranquilidad de ver las cosas con alegría, vivir sin ataduras, y más que todo no estar siempre con la mente en el trabajo sino en lo que verdaderamente importa, mi felicidad y la de los míos.
Sin embargo es hora de escribir aquello que nadie quiere aceptar. El escribir su propia historia. Es díficil aceptar los errores, nadie lo hace, pero con el tiempo la madurez nos enseña que aquello que pudo ser y no fue, posee un significado divino o que hay aceptar las cosas como son, que la vida sigue, y lo que uno es en esencia, sólo lo puede juzgar Dios y no ningún ser humano.
Lo que voy a narrar no es por enojo ni resentimiento, pero expresar aquello que pasó y que puede cambiarse es también madurar y aceptar que lo mejor que nos ha sucedido en la vida no tiene nada que ver con el lujo ni posiciones, sino ver que lo mejor de nuestra existencia es todo lo que hemos hecho, y por consiguiente esto debe darnos felicidad. Eso que hice será narrado, siendo su juez el sabio Tiempo y el Destino, así como quienes lean esta historia.
Todo empieza un domingo 07 de septiembre de 1997, día que ingresé a la Armada del Ecuador. Muchas ilusiones vinieron a mi mente ese día, así como también de todo aquello que viví para ingresar a una institución que tenía para ese entonces un respeto y un grado de aceptación, que como narré una vez en mi blog, constituía parte de la esencia misma de la ciudad de Guayaquil, mi lugar de origen. Ser marino era un sinónimo de respeto, honor, rectitud, ser diferente, ser especial. Todas estas cosas me llamaron la atención, a un pedido de un tío mío, marino mercante con el grado de Capitán de Altura, el cual vio en mí sus esperanzas de ser algo que toda mi familia quería que sea.
Este es el precio que pagué, por la vida que opté elegir.
El reto era grande, pero sólo era un muchacho de 17 años, de 57 kilos de peso, solitario, humilde, sin dinero. No llevaba más que la ropa puesta, un jean ,unos zapatos negros, una camiseta que había acompañado a mil aventuras, así como una maleta sencilla con apenas los útiles básicos de aseo. Ese día tenía un significado esotérico, sin embargo fue el día elegido para el ingreso a la institución en la ciudad de Salinas. Una mañana de poco sol, nublada, donde a las 07h00 para mí sería la primera impresión de aquello que vendría a mi vida por 27 años más, y que fue el fin de una vida normal que toda persona desearía llevar. Este es el precio que pagué, por la vida que opté elegir.
Sin embargo el detalle de lo que sucedió ese día, seria parte de una larga fila de tradiciones marineras que me hicieron reflexionar y meditar, sobre el valor de la vida, la familia, dejar a lado el egocentrismo, las riquezas, las envidias, y sobre todo a valorar a la familia, la vida y aquellas cosas sencillas que nos ofrece el Universo, donde no es necesario tener dinero ni lujos, sino que como seres humanos nos dedicamos a vivir de sentimientos pasajeros, donde con el tiempo entendemos que no tenía sentido malgastar la existencia en cosas que al final sólo nos consumían.
En mi mente tengo la imagen de mi familia. El último adiós y el llanto de mi padre y mi tía. y la resignación de una madre que sólo vería como tal, que el destino estaría marcado por muchos factores, y que como ser divino sólo buscaba lo mejor para su hijo. Esa fue la primera impresión que me acompañaría un mes, que me enseñaría que la vida vale mucho, y que la lección escrita sería que la familia es familia, y que siempre estaría a mi lado, aún cuando yo la despreciaría.
Tal vez, todos los marinos a nivel mundial recuerden el día que ingresaron a la Fuerza Naval con alegría, yo diría más bien con nostalgia, porque la Marina nos enseña que en la lejanía se valora lo que ya no se tiene, y en la soledad más grande, el ser humano alcanza la plenitud de su existencia.
En lo que respecta a la soledad, esta me ha acompañado siempre. Este libro habla de las anécdotas de un marino solitario, unas historias que tienen un principio pero no un fin. Dice un dicho militar: marino un día, marino toda la vida.
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